El nido de los sueños by Rosa Montero

El nido de los sueños by Rosa Montero

autor:Rosa Montero [Montero, Rosa]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Infantil, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1991-05-15T00:00:00+00:00


—Veo veo… Veo veo… Veo una niña… no, dos niñas juntas en el patio de un colegio. Son muy parecidas… son casi iguales… Aún diría yo más, ¡son exactamente iguales! Pero espera, una no tiene pies… Ajajá, ahora lo veo bien: una no tiene pies, sus piernas se desvanecen en el vacío y ella flota torpemente en el aire. Y la otra niña… la otra sí llega al suelo, pero no tiene cara, como si alguien le hubiera borrado los rasgos con una goma. Son como tú. Son exactas a ti. La que no tiene pies se llama Balbalú, y la que no tiene cara se llama Gabriela. Son igualitas que tú, están a medio hacer o a medio deshacer, y se las ve muy tristes. Y ya está —⁠dijo la bruja en tono satisfecho, bajando la lupa⁠—. Eso es todo.

—¡Cómo que eso es todo! —se desesperó Gabi⁠—. Pero ¡si no entiendo nada! ¡Yo siempre he tenido pies, siempre he tenido cara! ¿De qué me está hablando?

—De tu pasado, hijita. Lo entiendas o no, vienes de ahí. Cuando sepas de dónde vienes llegarás a algún lado.

«Debe de estar loca», pensó Gabi. Eso era lo que pasaba: que la bruja estaba un poco chiflada. Bueno, tampoco era cosa de tomárselo a mal, con lo amable que había sido la mujer y la comida tan rica que les había dado…

—Y ahora tú, sillita. Ven aquí —⁠dijo Mencar, enarbolando de nuevo la lupa.

Doña Macu dio un respingo. Era una butaca bastante supersticiosa y no le hacía ninguna gracia que una bruja le hurgara en el pasado.

—Veo veo… —volvió a decir la mujer⁠—. Veo veo una cosita…

—¿Con qué letrita? —balbució la butaca, nerviosísima.

—Venga, venga, no es hora de juegos ni de bromas —⁠le reconvino la bruja⁠—. Veo una mansión noble, con muchos salones… y una silla joven, con el tapizado bien cosido y muy nuevo. Una silla perdidamente enamorada de un sillón labrado…

—¡Ay, siiiiiiiiiiií! —suspiró doña Macu, trémula y llorosa.

—Y veo veo… Bueno, lo que estoy viendo es que estás hecha una verdadera pena —⁠dijo de pronto la bruja, apartando la lupa⁠—. Con ese agujero en el respaldo, y cubierta de polvo, y con toda la madera arañada, qué barbaridad… A ti lo que te hace falta es una buena mano de cera…

Y, diciendo esto, sacó de la alacena un producto abrillantador de muebles y una gamuza y, con toda diligencia y resolución, se puso a limpiar y encerar a doña Macu.

—No lo puedo remediar —explicaba Mencar mientras trabajaba⁠—. En cuanto veo algo sucio o descolocado, me siento en la obligación de ponerme a arreglarlo. Y es que ya me veis, yo tengo que ser a la vez bruja, detective y ama de casa. Mi marido, en cambio, ahí lo tenéis, hecho un zángano.

—No sabíamos que estuviera casada…

—Sí, sí. Se llama Merlín. Es mago.

—¿El mago Merlín? —se admiró Gabi.

—Sí, pero no es ese Merlín. Mi marido es Merlín Pérez. No es un mago muy bueno. Pone mucho interés el pobre, pero aprendió por correspondencia.



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